dDC – Daza Diseño y Comunicación

¿Morirá el libro de papel?

¡Un libro puede ir tan lejos! Víctor Hugo

Nunca hasta ahora el mundo digital ha tenido tanta importancia. La principal feria del libro del mundo –la Feria de Frankfurt– que se celebró hace unas semanas, arrancó bajo la sombra de una encuesta a 1.000 profesionales del sector de 30 países cuya principal conclusión es que, dentro de una década, los libros electrónicos en cualquiera de los formatos imaginables superarán en volumen de negocio a los herederos de Gutenberg. Un dato: los libros clásicos no representan ya más que el 42% del volumen total frente a la avalancha de sus parientes digitales, DVD, audiolibros y los nuevos reproductores, con el Kindle de amazon.com y el lector de Sony a la cabeza. El escritor brasileño Paulo Coelho, a quien se rindió un homenaje en Frankfurt tras superar los 100 millones de ejemplares vendidos, aseguró en la inauguración de la feria que había empezado a predicar con el ejemplo y que colgó de su página web una copia gratuita de su libro más famoso, El alquimista, dado que, de todos modos, circulaba pirata por la Red. En palabras del autor: «Durante 15 siglos, el libro tradicional ha demostrado ser insuperable. Pero los libros digitales están reclamando su espacio y todo indica que llegará un momento en que lo digital superará al papel. Pero se necesitan todavía unos cuantos años, lo que nos da –a los editores, autores y escritores– un tiempo precioso antes de que la Red nos alcance». Por otra parte, parece seguro que la influencia de China en la edición digital se multiplicará por tres en los próximos años (actualmente, EE UU domina el mercado); los consumidores, Google y Amazón impulsarán el cambio digital; los e-libros superarán a los libros tradicionales en 2018 (según la encuesta de la propia feria) y la venta de libros por Internet ha sido escogido el acontecimiento más importante en el mundo de la edición en los últimos 60 años, los mismos que cumple ahora la feria. Amazón parece dispuesta a dar la batalla; acaba de lanzar su lector electrónico de libros de segunda generación –Kindle 2– con menor tamaño y más capacidad. Ya ofrece 230.000 títulos, numerosos periódicos y revistas, 1.200 blogs y contenidos exclusivos de autores como Stephen King. Otra compañía que quiere plantarle cara a la todopoderosa Amazón en este terreno es Plastic Logic, con un dispositivo construido mediante un papel electrónico que lo hace ultra-fino y de mayor pantalla. Además, apuesta por la pantalla de colores y una conexión y descarga de contenidos permanente y automática. No tenemos ningún motivo para suponer que la industria informática del futuro vaya a ser incapaz de fabricar ordenadores del tamaño y peso de un libro de bolsillo actual, a la vista de los que podemos encontrar ya en las tiendas, y con un sistema de visualización con tanto o mayor confort que el que ofrece el papel. Visto así, parece que la condena a muerte del papel está sentenciada. Los detractores de e-libros ven el problema de otra forma: el futuro de la letra impresa es independiente de la posibilidad de que algún día el soporte digital desplace al papel. En caso de que la cultura escrita estuviera en peligro, cosa más que dudosa, la amenaza vendría de la mano de los audiovisuales. Así que debería destacarse lo siguiente: no hay una auténtica oposición entre publicación en papel y publicación digital, sino, entre el hábito de leer y el hábito de mirar. Cada día más ojos miran a la pantalla y menos al papel. Unos apuestan por la infografía como salvavidas; otros creen que arrevistarlos y reducir su contenido por fotos más grandes y textos sin profundidad es su oportunidad de conectar con el público más joven y salvarse. Triste, pero cierto. La única realidad es que los «lectores» se mueren y el índice de recuperación es muy bajo. Si están descendiendo las tiradas de los diarios en papel en casi todo el mundo es a causa de la competencia de la televisión. De aquí la relevancia de la oposición letra impresa contra audiovisuales. Sin embargo, que esa oposición sea relevante, no significa que el audiovisual esté amenazando de muerte a la cultura escrita. Simplemente, le hace la competencia, al estilo que el teatro, el cine y las salas de baile compiten entre sí para atraer la demanda de ocio, pero en tanto son ofertas distintas, conviven entre ellas sin que ninguna tenga esperanzas de exterminar a las demás. Ejemplo de ello es ver como muchos periódicos están volcados hacia su presencia online, engendrando nuevos informativos donde no se necesitan periodistas, infografistas o programadores, sino hombres –y mujeres– del Renacimiento capaces de entender la noticia en toda su extensión; pintada en la página, con un texto telegráfico sazonado de dibujos, gráficos y tablas, como un todo y que se pueda leer en menos de un minuto. Todo eso hecho en un día y, al menos 2 ó 3 veces, y mucho más rentable. Visto así, y con una crisis financiera internacional de por medio, parece lógico que muchos editores estén reformulando su idea de negocio, cambiando las tendencias y demandas hacia un libro más barato, más versátil, con menor inversión; o sea, están abocados al libro digital. Como diseñador editorial debo decir que un libro es más que un texto para leer. Es un tipo de papel, con su gramaje y su tacto, la tinta elegida y sus acabados, su encuadernación, la tipografía, su maquetación, incluso su olor; un libro es una serie de valores que, en ocasiones, transmiten tanto o más que el propio contenido. Valores que tal vez emanan de la propia etimología de libro, una acepción tan material como la de corteza. Es sabido que libro proviene del latín “Liber, libri”, que significa el tejido libérico de los árboles, es decir, la membrana situada debajo de la corteza, de la que hablaban Virgilio y Cicerón refiriéndose al libris como varias de estas membranas cosidas. El libro de papel adquiere parte del simbolismo del árbol, Cosmos vivo en perfecta regeneración, como fuente de vida y conocimiento desde tiempos ancestrales. Por otra parte, la lectura conduce, también, hacia el libro por el libro mismo, o dicho de otro modo, el libro se considera un valor en sí no sólo por su contenido, sino en su continente, y en este sentido, el libro es capaz de atraer tanto al lector como al coleccionista y, asimismo, a toda persona dotada de sensibilidad estética. El libro atrae por su belleza formal porque en sí mismo puede encerrar las cualidades de una obra de arte. Así, el libro pasa a ser un objeto codiciable; se convierte en una pieza de coleccionismo. Sucede también, como dice Fernando Huarte, que “el libro es un objeto propenso a ser conservado, y a serlo junto a otros libros. Se diría que es un ser social que apetece la compañía de sus iguales”; por eso, quizá, se dice que “los libros deben comprarse con alegría y venderse con tristeza”. Por eso, creo que el relevo tiene que ser algo más que no imprimir, que acceder a la información en cualquier lugar, como si el espacio y el resto de sentidos y sensaciones no importasen. El papel no puede desaparecer sólo por aspectos económicos o comerciales. Si ocurre, habremos emprendido un camino sin retorno hacia la más absoluta discapacidad sensorial. Sólo nosotros, los diseñadores, podemos frenar este cataclismo cultural. Tenemos la obligación de aprovechar todas y cada una de las posibilidades del papel para convertirlo en un vehículo de sensaciones, en un producto con valor añadido. Y eso pasa por recuperar y trascender las escuelas clásicas de la edición, despenderse de la composición pétrea de los textos y columnas, y por convertir en atractivos los contenidos que alberga. Frente al vacío generado por el constante movimiento, el ruido y el ritmo vertiginoso de las imágenes, se impone la reflexión. El papel como medio de difusión cultural impone reflexión y pausa, frente a la inmediatez. Ese paréntesis nos permite pensar y, gracias a ello, trascender y alcanzar la situación actual. No podemos sustraer a las generaciones venideras el valor de la reflexión y el análisis. Si queremos recuperar al lector, debemos hacer un esfuerzo por adecuar el modo de presentar la información al ritmo y necesidades de la sociedad actual. Salvar al libro es el primer paso para salvar a la sociedad del estancamiento cultural. Los medios audiovisuales y la Red ha convertido a las generaciones actuales en demandantes de información sin contrastar, sin pausa para la reflexión. Los diseñadores como intermediadores entre editor y consumidor, tenemos el deber de asesorar y reconducir el mensaje para que cumpla su función de la manera más eficiente. Y el papel es un vehículo idóneo para transmitir sensaciones, valores y mensajes. No podemos prescindir de él, porque ello supondría perder un aliado que no tiene sustituto hoy por hoy. El diseñador puede trabajar en aquellas ediciones pensadas para conservar mediante la forma, las texturas, las tintas especiales y recursos que no nos permiten otros soportes –caso del digital–, es la única forma de salvarlo. Si nos limitamos a trabajar en él con las mismas herramientas, condiciones o composiciones con las que trabajamos en los formatos digitales estamos condenándolo a un Fahrenheit 451, porque el papel no sólo soporta un contenido, sino que aporta sensaciones.

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